Era muy pequeña cuando mi padre me introdujo al mundo de las sagas de películas. Desde el primer momento me encantó el ver una película con todo un argumento y su solución pero dejando un final abierto para más historias en el futuro. Sin embargo, solo veía sagas de ciencia-ficción ya que eran las que mi padre prefería. Hasta que un día, con poco más de 8 años, mi prima me hizo ver Las Crónicas de Narnia: El león, la bruja y el armario (2005) la primera película de la trilogía de Las Crónicas de Narnia.
La historia transcurre durante la Segunda Guerra Mundial y comienza con los hermanos Peter, Susan, Edmund y Lucy Pevensie siendo enviados a vivir a una vieja mansión en el campo con un señor y su sirvienta para estar a salvo de ella. En la casa, la pequeña Lucy encuentra un gran armario escondido en una habitación del último piso jugando al escondite y decide adentrarse en él. Este armario no tiene final, desemboca en un enorme mundo paralelo llamado Narnia en el que existe la magia, las brujas, los príncipes de cuento, faunos y hasta ratones espadachines que pueden hablar. Esto lleva a todos los hermanos a adentrarse en el y más adelante convertirse en los monarcas más importantes y legendarios del reino de Narnia.
He elegido esta saga porque ha sido una gran fuente de confort y familiaridad para mi desde que la descubrí, además me introdujo plenamente en mundo de la fantasía y desde entonces es uno de mis géneros tanto cinematográficos como literarios favoritos. Han sido una gran parte de mi infancia y adolescencia y cada película ha ido con una etapa diferente. La primera era mi favorita de pequeña ya que trataba la relación de los hermanos. Más tarde me empecé a inclinar por la segunda, Las Crónicas de Narnia: El príncipe Caspian (2008) porque introducían temas nuevos como el amor y la adolescencia, además del personaje del príncipe Caspian interpretado por Ben Barnes.
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